Vienna
/
Estábamos volando hacia allí empotrados en los incómodos asientos del avión,
y sin darnos cuenta,
los adoquines de las aceras se apoderaron de nuestros pies.
Me agarraste de la mano y dejamos que el frio se colara bajo nuestros abrigos, mientras comíamos con los ojos todo lo que se alzaba a nuestro alrededor,
en esa bella ciudad.
Entramos a por un café humeante y unas galletas para saciar el estómago en el primer letrero luminoso que vimos tras un parque,
y hablamos hasta que se hizo de noche,
mientras a través de la ventana nos observaban los viandantes.
¿Dormimos?
Supongo que si,
pero recuerdo despertares interrumpidos y dulces somnolencias.
Tu boca en mi espalda, mi mano en tu pecho.
Los museos pasaron de largo, y sólo veo pisadas en la hierba, huellas en los bancos, giros y piruetas marcadas en el aire de las plazas... Un íntimo restaurante donde me llevaste a cenar, donde apenas probé bocado perdiéndome entre la infinidad de tus ojos.
¿Volvimos a dormir?
Creo que sí,
pero sólo recuerdo el olor de tu cuerpo y el tacto de tu piel.
Coloqué la bufanda alrededor mi cuello y sentí el leve roce de la ciudad diciéndonos adiós.
El lento deslizar de las gotas que se aferraban a mis botas predecía naufragios,
pero mis manos siguieron aferradas a las tuyas,
y tu mirada me pertenecía indudablemente.
Apoyé mi cabeza en tu hombro mientras las nubes atrapaban las alas del aparato,
y desperté con chocolate en el sofá de mi casa,
apoyando mis pies en tu regazo.
Hace un tiempo de eso,
creo que el frío no ha vuelto a anidar en mi cuerpo.
Me pregunto si hemos estado ahí de verdad, y dónde estás ahora.