6 poemas

ORADOUR-SUR-GLANE

 

El origen del mundo es de ceniza

 

Cuando no puedo cantar
recuerdo el fuego

EDUARDO LANGAGNE

 

Con frecuencia recuerdo el fuego,
su racha venidera, su ceniza natal entre las manos.

El fuego me recuerda un padre muerto,
un feto abortado por la llama de las inmolaciones.
Es, sin embargo, objeto frenético del llanto.

Cuando recuerdo el fuego la cordura se desprende:
veo las colinas de vísceras quemadas,
los letreros que apenas señalan una dirección.

A la mujer que amé la incineraron con mi llanto.

Surjo desnudo de la llama,
surjo desnudo de las ruinas,
de Oradour-sur-Glane,
surjo desnudo de sus llamas, ajeno a la inclemencia del olvido.
Vomito el fuego que me han dado los años,
algo que es ceniza se incendia y vuelve a ser ceniza.

Escalda como rabia calcinar los recuerdos,
las horas impregnadas con aceite inflamable.
Sus faldas, sus espejos, me traen la sangre evaporada.

Cuando recuerdo el fuego, la raíz se fragmenta
en bólidos de crimen de esa ciudad fantasma.
Caen serpientes de fuego y carne piedra consumida
con las lágrimas de mundo.

Junto a Oradour-sur-Glane he incinerado el llanto.

Hoy tengo las manos negras por mucho recordar.

A veces recuerdo el fuego,
a veces recuerdo el fuego y la ceniza.
Las ruinas del fuego en la memoria,
esa quemazón de largos bulevares.

Vuelve a incendiarse el mundo con su ceniza natal.
La mujer que amé, y todos, nacieron con el fuego.

 


TEOS

 

Yo no creo en las estatuas,
las estatuas son dioses que nunca he conocido.

JAVIER BELLO

 

Los dioses, porque no los vemos,
son cuerpos saturados de granito.
Bestias que preñan ídolos desnudos
delante de las plazas.

Laceran el tiempo con la presión del mármol;
resisten, por qué no decirlo, contra nuestra imagen.
Son chivos expiatorios estoicamente admirados.

Los dioses, porque no los vemos,
dan la purificación del odio,
a través de la piedra, de todas las miserias.

Los dioses, fetos deformes que se evaporan al cielo,
se plantan por medio de estatuas intestinas
con todas las falacias de nuestro corazón.


 

LA CASA

 

Schimmelgrün is das Haus des Vergessens.

PAUL CELAN

 

Verde moho es la casa del olvido,
vuelve negras las horas de la plaza,
arropa nauseabundo al sueño,
corteja a la belleza frente a la alcaldía,
prende antorchas a la paz,
incinera cadáveres de humo.

El moho invade recuerdos aledaños,
vuelve verdes el presagio y la añoranza;
constipa células vitales, las gangrena.

La tierra se desploma, surgen mares de odio.
El olvido da asilo en su casa de verano,
hay en sus muebles un ansia de inclemencia.
¡Qué verde es el fuego de la desmemoria!

La amnesia se apodera de la preñez del cielo,
hay muertos en las calles que lloran epitafios.

El olvido se extiende llenando la memoria,
en su casa habitan cadáveres de cada quemazón.

¡Qué verde, verde, es esa casa de locos!


PREMONICIONES Y PRESAGIOS

 

Algo sé de nunca haber conocido el mar.

Los presagios de una voz, de acciones –tal vez del dios de los mil ojos–

me dieron la respuesta y el boleto para salir de casa.

No pretendo pasar por un profeta que lee milagros en las huellas de arena holladas por los “sueños” –sin “sueños” por favor (que anticuada palabra en la poesía) –;

sin embargo la digresión obliga a mirar los contornos de esos pre, siempre presentes,

que llegan de repente y dejan claros estigmas que es casi imposible enumerar.

Algo sé de haber nunca conocido el mar y la memoria

–no del amor, qué palabra tan gastada, digo–.

La memoria me dice que nunca he conocido el mar aun cuando antes el cristal del bar, el desayuno con desconocidos, algunos cuadros en el último piso de algún edificio circundante empalmaban con el beso de una mujer ahogada al lado de mi cama.

No creo en el mar de la premonición y del presagio, no a los oráculos;

mas postergo el deseo de hallarme de nuevo con los pies sobre la huella en la arena herida por la ola de una mujer de clase media alta habitante del oeste.

Algo sé de nunca haber conocido nunca el mar, de la memoria. No es un engaño.

El único presagio definible es la muerte.

 


HAMBURGO ES UN ESTADO

 

Salí a vagar por las calles con faroles rojos.
(…)
“A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”,
me dijeron
sonriendo en todos los idiomas del mundo.

JAIME HUENÚN

 

Hamburgo tiene la misma sombra junto al mar:
las estaciones toman tonalidades de puerto
por encima de los rostros de mujeres,
la ruta del Elba ensordece los perfumes
de todos los muertos que son la misma piel.

Hamburgo es la ciudad donde los cantos se pierden
y entre ellos descubro mi camisa
teñida del rojo de los faros
sobre el edredón de la tarde y las gaviotas.

Todos los muertos son la misma piel de Hamburgo,
cada uno de ellos cambia una moneda
por un poco de jabón contra lagañas
esperando abrir los ojos de sus morgues
y descubrir perros y mujeres, gatos de puerto.

Recorro el muelle donde atracan cinturas
entro y salgo de los bares sonriendo a cerveza:
todos los muertos son la misma piel del horizonte,
los muertos sonríen en islas-peces-salvavidas.

La ruta del Elba ensordece los perfumes
de la piel de los muertos, cuya sombra está al norte,
entre ellos me hallo en zona de litigio. Sombra.
Más allá de la playa y de la isla Neuwerk,
Hamburgo es un estado que entierra sin visa.

 


MADRUGADA EN LA CARRETERA

 

e tropeçou no céu como se ouvisse música.

Chico Buarque

 

La madrugada fue la carretera
donde tropezó mi pie.
La música alegre y los poemas de Sabines
que le dediqué a mi padre
llenaron mi cabeza con reproches
(porque a él nunca le gustó Sabines).

La lluvia cayó y abandoné el hospital en mi automóvil.
Del camino hasta la casa sumaron diez kilómetros,
y los árboles, las prostitutas, la misma agua
se apartaron de mi paso furioso por la carretera.

Tropecé con la rabia de alejarme de ahí.
Atrás iba la carroza con mi padre adentro.
Tropecé con la lluvia y con la madrugada
después de que el viejo tropezara conmigo.

La música alegre y el espejo empañado
casi me hicieron chocar por el kilómetro siete.